31 de enero de 2007

La voz de un profeta


¿Maldición sobre nuestra generación?

Por Leonardo Boff
Teólogo, Filósofo, Ecológo
Defensor de la vida en el planeta, asesor de
Comunidades Campesinas pobres de Brasil
Hay una contradicción que afecta a todos los países del mundo y que, si persiste, puede llevarnos a un desastre de civilización generalizado.
La contradicción reside en lo siguiente: todos los países necesitan crecer anualmente. El crecimiento es fundamentalmente económico y se expresa en el Producto Interno Bruto (PIB). Este crecimiento se cobra una alta tasa de iniquidad social (desempleo y contención de los salarios) y una perversa devastación ambiental (agotamiento de los ecosistemas).
Hace bastante tiempo que se rompió el equilibrio entre crecimiento y conservación del ambiente, a favor del crecimiento. El consumo ya supera en un 25% la capacidad de recuperación del planeta. Según el PNUD, si quisiésemos universalizar el bienestar de los países industrializados necesitaríamos disponer de otros tres planetas como la Tierra, lo que es absurdo. Sabemos hoy que la Tierra es un sistema vivo autorregulador en el cual, lo físico, lo químico, lo biológico y lo humano se entrelazan (teoría de Gaia). Pero ella está fallando en su autorregulación. De ahí los cambios climáticos y el calentamiento mundial, que nos atestiguan que estamos ya profundamente dentro de la crisis.
La Tierra podrá buscar un equilibrio nuevo subiendo su temperatura entre 1’4 y 5’8 grados Celsius. Comenzaría entonces la era de las grandes devastaciones, con la subida del nivel de los océanos, que podría afectar a más de la mitad de la humanidad, que vive en sus costas, y millares de organismos vivos no tendrían tiempo suficiente para adaptarse y morirían. Gran parte de la propia humanidad, hasta un 80% de la misma según algunos, no podría sobrevivir.
Con acierto afirmaba Washington Novaes, uno de los periodistas que en Brasil mejor da seguimiento a las cuestiones ecológicas: «ahora no se trata ya de cuidar del medio ambiente, sino de no sobrepasar los límites que podrán poner en riesgo la vida». Muchos científicos sostienen que nos acercamos ya al punto de no retorno. Podemos disminuir la velocidad del proceso, pero no detenerla.
Esta cuestión debería preocupar a los gobiernos, en especial al brasileño, que propone el crecimiento como meta central. En su discurso, el Presidente Lula no dijo siquiera una palabra sobre la cuestión ambiental. Si no toma en cuenta todos estos datos, las tasas alcanzadas podrán perderse totalmente en dos o tres generaciones. Nuestros hijos y nietos maldecirán nuestra generación, que sabía de las amenazas y nada o poco hizo para escapar de la tragedia anunciada.
El error de todos fue seguir al pie de la letra el consejo de Lord Keynes para salir de la gran depresión de los años treinta: «Durante por lo menos cien años debemos simular ante todos y ante cada uno de nosotros, que lo bello es sucio y lo sucio es bello, porque lo sucio es útil y lo bello no lo es. La avaricia, la usura, la desconfianza... deben ser nuestros «dioses», porque son ellos quienes nos podrán guiar para salir del túnel de la necesidad económica rumbo a la claridad del día...
Después vendrá el retorno a algunos de los principios más seguros y ciertos de la religión y de la virtud tradicional: que la avaricia es un vicio, que la exacción de la usura es un crimen y que el amor al dinero es detestable» (Economic Posibilities of our Grand-Children). Sólo que ese retorno no se está dando, sino que más bien se está distanciando.
Porque escogemos medios malos para fines buenos, hemos llegado a donde hemos llegado. O redefinimos unos fines más altos que el simple producir y consumir, o deberemos aceptar un destino trágico. Los remiendos no son remedios.

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