DESAYUNANDO CON CIANURO
Por Guillermo Giacosa
Decididamente, si quiero evitar las pesadillas, no debo leer de noche. Lo complicado es que si no leo de noche debo hacerlo durante la mañana, y a esa hora, que es en la que mejor me siento, si leo lo que leo, se me oscurece el día antes, que llegue el ocaso. La única alternativa es dedicarme a leer prensa amarilla, compartir las mentiras que nos llevan al abismo, preocuparme por las peleas entre los miembros de la farándula o enredarme en interminables discusiones sobre temas que tienen que ver con las alturas del poder, sin reparar que debajo de ellos hay seres humanos excluidos, ninguneados, olvidados; en suma, menospreciados.Anoche, por ejemplo, leí un artículo sobre la explotación del oro, y esta mañana, luego de la pesadilla correspondiente en la que toda mi familia desayunaba con cianuro, fui a mirarme al espejo con la sensación de que me esperaba el destino de Gregorio Samsa, aquel personaje de Kafka que una mañana descubrió, frente a su espejo, que se había convertido en insecto. Y como estaba yo aún bajo la influencia de mi penúltima lectura titulada La Venganza de la Tierra, donde su autor acusa a la especie humana de haberse transformado en la bacteria depredadora de la que el planeta Tierra busca deshacerse, tuve, entonces, la premonición de que mi cara sería la de una bacteria. El problema fue que, quizá por ignorar cómo es realmente ese bichito pernicioso, sólo me enfrenté a mi propio rostro ensombrecido por una noche regada de cianuro.
El tema de esta última pesadilla parecía una parábola religiosa en la que el ser humano, cegado por la búsqueda de la riqueza material, sólo encuentra su propia muerte.
Lea el argumento de mi pesadilla: las minas a cielo abierto de plata y oro obligan a volar cerros y a producir cráteres gigantescos. Luego se tritura la roca dinamitada, se reúne en pilas y se baña con millones de litros de agua mezcladas con varias toneladas de cianuro de sodio. Este cianuro (viva imagen de la muerte), mezclado con la tierra y con los minerales, va a una suerte de grandes lagos llamados "diques de cola", cuya estructura no representa una garantía de solidez. Ya en Rumania, en el año 2000, la rotura de uno de ellos contaminó, con millones de metros cúbicos de barro mezclado con cianuro, el río Danubio hasta el Mar Negro, pasando por Hungría y la antigua Yugoslavia. El cianuro y los metales pesados eliminaron todo rastro de vida río abajo y afectaron el agua potable que consumían dos millones de seres humanos. En 1995 había pasado lo mismo en Guyana, donde 3,000 millones de litros cúbicos de residuos con cianuro y metales pesados aniquilaron toda la vida acuática y silvestre del río Omai. El lugar donde vivían 30,000 personas, hasta a 80 kilómetros del río, es zona ecológicamente muerto.
Mi pesadilla fuera del sueño es que si las inversiones, en este y en otros campos, que se presentan como el ingreso al paraíso no son debidamente controladas, podemos sufrir catástrofes ecológicas irreparables.
Fuente: Peru21
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