Por José Saldaña
Máxima
Chaupe ha sido condenada hace minutos a dos años y ocho meses de prisión
suspendida y a pagar una reparación civil de 5500 soles. Su delito, según
dicen fiscales y jueces de Cajamarca, ha sido la usurpación de tierras.
Sabemos con
certeza que ese delito no ha sido cometido. Máxima es propietaria desde 1994 de
la tierra que ahora minera Yanacocha reclama como suya a pesar de carecer de
cualquier tipo de título legal.
Sabemos,
además, que la familia Chaupe ha sufrido en los últimos años agresiones
físicas, amenazas de muerte, matanza de su ganado, incendio de su propiedad; y
que, más allá de todo eso, se resiste a ceder ante la injusticia.
Así también
deberían saber los dueños de la minera Yanacocha que para extraer el oro de
Conga esto no va a ser suficiente. Van a tener que superar la inquebrantable
resistencia un pueblo entero y la solidaridad de todas y todos quienes seguimos
el caso y estamos dispuestos a continuar en esa lucha cueste lo que cueste.
Hoy el
sistema de justicia oficial nos ha vuelto a recordar que está subordinado al
poder económico. Nosotros le haremos recordar entonces que el poder de un
pueblo consciente es igual de grande y quizás más. Estamos hoy más que nunca
del lado de nuestra admirada Máxima.
SUCEDIÓ LO QUE
TODOS TEMIAMOS...
El poder
pagano acaba de dar la orden de desalojo a la familia Chaupe de sus tierras en
las lagunas, a favor de un poder económico que todo lo compra, todo lo corrompe y
todo lo prostituye: YANACOCHA.
UNA
REMEMBRANZA
En la
primera semana de marzo se realizó en Cajamarca una asamblea en las lagunas de
la zona de Conga, que tuvo como conclusión de las organizaciones participantes
dar un plazo de quince días a la minera Yanacocha para que retire su maquinaria
del lugar. Allí, en las alturas, encontramos a una pequeña mujer, emblema de la
resistencia cajamarquina y nacional en torno al derecho sobre la tierra.
Por Ybrahim
Luna
Los cerros
le roban el ánimo a los cristianos cuando no avanzan rápido; eso asegura, entre
bromas y en serio, uno de los recios comuneros que avanza sin pausa entre
montes y peñascos por el camino que conduce al mismo corazón de Conga, la
laguna Azul. Otro comunero, bolo de coca y cañazo encima, le responde que esas
son cojudeces, que hay que avanzar nomás. Los últimos de la caravana vemos como
se pierden sus espaldas tras unas enormes y verdes colinas. Ya no están. Nos
hemos quedado solos.
Santiago, un
carismático antropólogo neoyorquino, avanza a paso acelerado para dar alcance a
la primera comitiva encabezada por el líder ambientalista Marco Arana y los
dirigentes Milton Sánchez y Eddy Benavides, además de cientos de comuneros que
tienen como objetivo la laguna El Perol para realizar una Asamblea de
coordinación de resistencia. Santiago, de poblada barba castaña, realiza un
doctorado en conflictos sociales y ha elegido a Cajamarca como uno de sus
centros de estudio. Es un tipo divertido, hasta que le toca hablar de los
derechos del campesino peruano sobre el agua y la tierra, entonces su gesto se
torna serio.
Kilómetros
adelante, documentalistas canadienses y europeos utilizan mulas para
transportas sus carpas y equipos. Tienen tanta resistencia al frío y a la
altura que podrían competir con los mismos comuneros de la zona.
Nos hemos
quedado atrás. Alguien previó –erradamente- dos horas de caminata desde la
comunidad de Jadibamba, donde quedaron estacionados los vehículos, hasta las
famosas lagunas en conflicto en el proyecto minero Conga. Para algunos la
marcha duró cinco o seis horas, siendo sorprendidos al final del camino por la
noche y la niebla cubriendo hasta el último rincón del horizonte.
Horas antes,
aún con la luz de la tarde, llegó un momento en que los rezagados nos rendimos
y decidimos aguardar el frío y la noche a la intemperie de la jalca, pero un
guía, forjado en las artes misteriosas de Huancabamba, brindaba con el cerro
para que nos “soltara” y nos dejara seguir. Era necesario brindar con el Apu
con harto pisco, bolo de coca e inclusos caramelos de limón. Lo más probable es
que la sugestión nos haya ayudado a recuperar las fuerzas y a seguir a paso
firme por páramos desolados, ichus húmedos, y bofedales que mojaban hasta las
rodillas.
La visión de
dos siluetas en el horizonte fue lo más parecido a la alegría de descubrir un
continente nuevo. Eran dos comuneros filmando el valle. “Estos trabajan para la
mina”, comenta el guía. Los hombres son jóvenes y se ponen algo nerviosos.
Estamos esperando a nuestro alcalde, se defienden. No queremos empezar una
discusión, les pedimos una indicación y nos la dan. Nos señalan un extraño
oasis en medio de tanta soledad, una carretera resguardada por dos ómnibus de
la Dinoes.
Avanzamos
por más peñas magistrales y riachuelos, y por fin flanqueamos el camino. Luego
rodeamos una tranquera y subimos hasta un bosque de piedras, el mismo que
sirvió de fortín para que los emblemáticos Guardianes de las lagunas acampasen
en forma rústica, entre palos y plásticos, y vigilasen que no se acerquen la
maquinaria de la mina y los efectivos policiales contratados por
Yanacocha.
Una casa
solitaria se erige en esas alturas de la comunidad denominada Tragadero Grande,
le pertenece a la familia Chaupe. Es la última casa del lugar.
El sol, que
es un brillo fantasmal, está a punto de ocultarse tras la enorme cordillera que
enmarca la laguna Azul. Su brillo rebota apenas sobre el agua, y la niebla que
nos rodea es un humillo rastrero. En ese pequeño bosque de piedras encontramos
a Máxima Acuña Atalaya, la mujer emblema de la resistencia cajamarquina.
Máxima Acuña
es costurera, tiene 42 años y es natural del caserío de Marcucho, distrito de
Sorochuco – Celendín, tiene el gesto curtido pero la sonrisa amable, en casa la
acompañan sus cuatro hijos y su esposo, el comunero agricultor Jaime Chaupe
Lozano; pero ella es conocida en varias partes del mundo como la Señora Chaupe,
a secas.
La lluvia
vuelve a caer por veintiunava vez ese día, y la Señora Chaupe nos invita a
guarecernos bajo un plástico azul. El frío es increíblemente intenso, y bajo
ese plástico nos permite hacerle algunas preguntas.
¿Cuál fue el
resultado del proceso judicial que tiene por estas tierras con la minera
Yanacocha?
La fiscalía
y los jueces de Celendín en vez de seguir mi caso dicen que han perdido los
documentos que presenté en la misma mesa de partes, y al final le han dado la
razón a los ingenieros de Conga de que yo estoy usurpando sus terrenos cuando
eso no es verdad. Y me han dado una sentencia de pena suspendida donde yo debo
firmar cada cierto tiempo, además de pagar 200 soles como reparación civil a la
minera. Existe justicia para el pobre, dígame usted.
¿A quién le
pertenece exactamente el terreno que estamos pisando?
Esta tierra
que estamos pisando, donde están nuestros hermanos ronderos, los Guardianes de
las lagunas, es de mi propiedad; y colinda con los terrenos comprados por la
mina. Yo exijo que Yanacocha respete la linderación, los terrenos de nuestros
hermanos campesinos, y que no invada nuestras propiedades. Yo tengo mi
certificado de posesión de compra y venta de esta zona. Pero la empresa,
servida de la prensa vendida, sale a decir que todito esto es de ellos por
derecho, cuando en realidad está usurpando nuestra dignidad.
¿Cómo
adquirieron ustedes estos terrenos?
Todos estos
terrenos han sido antes una comunidad, y las autoridades de esta comunidad
hicieron llamar a los comuneros de Chugurmayo, Cruzpampa y Salacate para hacer
una división y entregar a cada uno su parcela con su respectivo documento y su
certificado de posesión. Con el tiempo muchos comuneros han hecho sus traspasos
o han vendido sus terrenos porque ya no querían vivir en estas alturas. Mi
terreno me costó mi plata y lo compré en el año 1994. No es que yo haya venido
a invadir como la mina lo dice en los medios de comunicación echados. Yanacocha
ha dicho primero que le compró las tierras a la comunidad, luego dizque a los
colindantes, pero en los documentos presentados ante la policía del distrito de
Sorochuco dice que compró los terrenos a mi suegro Esteban Chaupe Rodríguez, y
eso deja mi terreno libre. Nunca he vendido a nadie mi terreno.
¿Cuántas
veces la han intentado desalojar?
Desde el 22
de mayo del 2011 que han intentado pegarme, quitarme mis cosas, quemarme mi
choza, botaron mis linderos, han desmayado a mis hijos. Mi hija de dieciocho
años tuvo que arrodillarse frente a una maquinaria diciéndoles que la pasaran
por encima si querían seguir, ahí la golpearon en la cabeza. Luego, en agosto,
que se llevaron mis maderas, mis cosas, mi comida, todo lo han llevado a sus
oficinas en la mina. Recién a los quince días han llevado las cosas a la
fiscalía de Celendín. Y cuando fui a ver al fiscal dijo que no sabía nada y que
no tenía nada. Después con sus maquinarias y su Dinoes han matado incluso mi
perro pastor y se han robado a dos de mis ovejas en medio de risas y
carcajadas. Yo soy una mujer pobre que vive de hilar y tejer, y de vender lo
que confecciono. Mi esposo se dedica a la chacra para comer lo que sembramos, y
ahorita la mina quiere que les paguemos reparación civil.
¿Hasta
cuándo cree que pueda resistir el inevitable desalojo?
Voy a apelar
a las instancias de la ciudad de Cajamarca, si no me dan la razón, iré a
instancias más altas. ¿Hasta cuándo resistiré?, hasta que me mate la Dinoes,
pues será. Pero eso sí, siempre luchando. Y Conga no va.
La lluvia
arrecia y ya no es posible seguir en ese lugar. La señora Chaupe invita a los
comuneros a pernoctar en su casa. Bajamos la colina y la oscuridad no deja ver
ni siquiera nuestras propias manos. Aves chillonas cruzan nuestras cabezas
mientras los perros ladran a la distancia. El miedo puede ser una alerta
necesaria. El suelo lodoso requiere pisadas precisas y fuertes, y la luz de un
fogón nos indica el camino hacia la casa. Somos varios, pero siempre hay forma
de acomodarse. Nuestro aliento es puro humo. Estamos a bajo cero.
Los
comuneros que llegaron hasta la misma laguna El Perol y que están de regreso
comentan que una fila de maquinarias de la minera salió en huida al verlos
llegar. Están removiendo tierra a quinientos metros de la laguna, aseguran.
Hemos constatado que Conga nunca paralizó, concluyen. También comentan que los
dirigentes pusieron una denuncia ante la fiscalía de prevención del delito por
las tranqueras que coloca Yanacocha en las carreteras que son de libre
tránsito.
Los
comuneros son hombres recios, de caras tostadas por el sol y el frío. Ya en
confianza, empiezan los chistes y la chacota, la casa invita la coca para el
bolo y ellos ponen el cañazo. Se reparten caramelos, mientras los Chaupe
preparan una sopa caliente revive muertos mezcla de arroz, fideos y arvejas.
También comparten unas aguas calientes hechas con hoja de berenjena.
Hay luces
que se acercan, algunos temen que sea la Dinoes provocando como siempre. Pero,
no. Son Marco Arana, su agente de seguridad, y el dirigente de la PIC
(Plataforma Interinstitucional Celendina) Milton Sánchez. Están empapados como
todos. El fogón se convierte en un secador improvisado de medias, zapatos y
pantalones. Algunas medias se calientan más de lo debido y se cocinan con las
cenizas.
Solo las
velas alumbran la noche, no hay luz eléctrica, y los celulares deben cargarse
al bajar al pueblo una o dos veces por semana.
Los
comuneros cuentan historias de fantasmas y comparan habilidades para los
chistes. La coca y el cañazo los mantienen despiertos hasta bien entrada la
madrugada. Pero es a las tres de la mañana cuando el frío se vuelve
insoportable a pesar de los ponchos y frazadas. El hombre de la casa, don Jaime
Chaupe, cuenta que alguna vez los funcionarios de la mina y los fiscales le
pidieron hacer un trato para vender sus tierras a un precio considerable, pero
no aceptó.
Son las
cuatro y media de la mañana, y lo primero que hace Máxima Acuña Atalaya,
alumbrada apenas por una linterna, es pelar papas y dejar todo listo para que
su nuera preparare el almuerzo durante el día. En medio de la oscuridad, una
presencia. Es Santiago, el antropólogo neoyorquino, llega mojado diciendo que
ha vivido un infierno congelado al perderse en el camino. Le brindan un lugar
para dormir.
Es viernes,
5:30 a.m., día de mercado. La Señora Chaupe lleva un pesado quipe y, junto a su
esposo, toma la combi que la llevará a la comunidad de Santa Rosa para vender
sus productos. Se despide de los comuneros y dirigentes.
La claridad
de las mañanas a 4 000 metros de alturas impacta en las retinas no
preparadas.
La Dinoes,
desde sus buses, vigila a los Guardianes de las lagunas, camionetas de la
minera filman todo a cierta distancia, y agentes del Ministerio público -con
chalecos antibalas- hacen presencia constante. Será una semana movida y fría
para todos.
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